La lectura, herencia de un profesor

Siempre una voz que represente algún grado de respeto, y no a la autoridad asignada, es la que puede abrir las sendas del conocimiento y la curiosidad. En la siguiente columna Víctor Munita nos habla de cómo el ejercicio docente puede significar una presencia permanente en la vida de las personas al momento de navegar por el mundo de las letras. 

Por Víctor Munita Fritis

Si no relato esta crónica, tal vez se extravíe. Ya que la memoria toma formas variadas como el humo que deja constancia de que en algún lugar hubo fuego contándonos una historia. No puedo pensar en la literatura sin asociarla a la educación, no es posible imaginar el arte de las letras sin recordar ese preciso momento en que dejé de lado la vergüenza, la resistencia y leí el poema de Juan Ramón Jiménez “Yo no soy yo”.

Estábamos en 8vo básico, en los comienzos de los noventa; donde se nos estimulaba recién una conciencia, media aturdida por la dictadura y los evidentes miedos entregados a nosotros por nuestros padres; pero el maestro de castellano, don Oscar Orihuela, al que de cariño y malicia infantil decíamos “profesor ciruela” jugando evidentemente con el sonido de su apellido; que de las tres lecciones semanales, destinaba dos a lecturas a viva voz de poemas y cuentos, del libro “Yo Pienso y Aprendo” que por esos años, el gobierno de una alegría que nunca llegó, entregaba gratuitamente a cada uno de las y los estudiantes de las escuelas públicas de Chile. La tercera clases, eran dictados y búsqueda de significados a esas palabras difíciles que aparecían en aquellos textos que a muchos de mis compañeros les cambió la vida.

Ese envión literario, fue trascendental, pero no categórico; porque no tenía conciencia de la pasión que nos inculcó ese profesor por la lectura y de lo que significaba decir a voz viva “Yo no soy yo,/soy este/que va a mi lado/y que, a veces/olvido”, solo era relevante por el encanto de leer de manera enérgica y a la vez con matices que nos llenaban intensamente; totalmente disímil a la enseñanza dada los días lunes en donde a primera hora debíamos cantar el himno nacional a discreción, con atención y firmes, con la mano en el pecho mirando como dos niños izaban la bandera patria sobre un madero pintado de blanco. Estoy seguro que don Oscar, para lograr lo que logró entre sus escolares debió sortear una serie de dificultades y presiones administrativas; que no son distantes a las que muchos maestros hoy enfrentan; ya que ven en la lectura, un cambio radical en sus estudiantes; como lo vivió en la comuna de Independencia, un pedagogo que fue despedido por hacer leer a Pedro Lemebel, hace un tiempo.

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