Salvador Reyes, escritor copiapino: del imaginismo al criollismo de mar

Salvador Reyes es el único Premio Nacional de Literatura nacido en Copiapó, pero a pesar de este reconocimiento, no es de muy común lectura en Atacama. En el siguiente artículo nuestra colaboradora María Rivera, nos comparte su visión acerca de quien fuera mencionado por la crítica como «escritor de mar», reduciéndolo al imaginismo (donde fue encasillado por ser tomado como demasiado creativo), pero a través de esta misma creatividad logró revitalizar el criollismo, llevándolo desde el aspecto campesino y la tierra, hasta los «hermanos de la costa como su horizonte u objetivo en su destino».

Por María Angélica RiveraTítulo original: Salvador Reyes, el escritor de mar: una revisión sobre la crítica / Fotos extraídas de www.memoriachilena.cl

Conocemos la figura de Salvador Reyes (Copiapó, 1899 – Santiago, 1972) por ser escritor y periodista, ganador del Premio Nacional de Literatura en 1967, y por poseer el apodo de “escritor de mar”. Pero, ¿cómo se refleja este sentimiento marítimo en su literatura? Aunque se le vinculó a los temas del mar, no siempre la crítica supo sistematizar y entender de dónde provenía este interés de Salvador.

Todo esto comenzó con la publicación de su primer poemario titulado Barco ebrio (1923), el cuál hacía una clara alusión al poema del mismo nombre escrito por Arthur Rimbaud en 1871. La crítica se dividió con respecto al poemario de Salvador. Mientras unos manifestaban el poco valor literario de la obra (por ser demasiado “creativo” o imaginativo”), otros, sin embargo, salieron en su defensa, destacando la originalidad y voz propia como puntos fuertes:

«Salvador Reyes nos ha presentado en ‘Barco Ebrio’ nuevos rumbos poéticos, que rompen los viejos moldes y las antiguas tradiciones. De él puede decirse que es un poeta que reviste sus versos con una originalidad inconfundible» (Letizia Repetto Baeza, 1923).

Con este poemario, Salvador puso en la palestra una temática que se había abordado solo desde la vereda del realismo: “La estética de ‘Barco Ebrio’ no se detiene bajo el pórtico de ninguna escuela clasificada” (Juan Thamuro, El Mercurio de Valparaíso, 1923). “[Esta obra debe ser] vista a través de un prisma refinado y elegante, que ojalá remoce la literatura criolla de esta época” (Gastón Dariel, Zig-zag, 1923). Este último comentario resulta previsor en relación a los hechos que rondan la carrera literaria de Salvador a finales de los años 20 del siglo pasado, y que explicaré a continuación.

En 1928 crea la revista Letras. Mensuario de arte y literatura junto a Hernán del Solar, Ángel Cruchaga Santa María, Manuel Eduardo Hübner y Luis Enrique Délano; dejando claras, ya en la editorial de su primer número, las intenciones detrás de la revista:

“Queremos hacer una nueva tentativa en pro de las letras nacionales. Pero hacerla espontánea y simplemente, sin pretender la imposición del arte en todos los órdenes de la vida nacional. No nos guía, pues, ese descabellado propósito ni mucho menos el estrecho proselitismo de una escuela o la limitación de una bandera artística determinada. Aspiramos a bien poco: a divulgar […] el arte literario nacional”.

La creación de la revista Letras pretendía actuar como un artefacto de divulgación cultural, independiente de las corrientes literarias. Así, se publicaron colaboraciones de Marta Brunet, Juan Guzmán Cruchaga y Manuel Rojas. Sirvió también para dar vitrina a los propios trabajos de los integrantes de la revista. Ya en este primer número se promocionan sus próximos libros a publicar, entre ellos La niña de la prisión, de Luis Enrique Délano con prólogo de Salvador Reyes.

A raíz del libro de Délano, en la revista se generó un acalorado debate sobre la forma de hacer literatura, catalogando de “imaginistas” a todo aquel que no hiciera retratos sobre la realidad, en contraposición a los llamados “criollistas”.  El crítico Manuel Vega se opuso firmemente al imaginismo, restando valor a la producción de los nuevos escritores imaginistas y atacando directamente el trabajo de Salvador, en sus artículos “Imaginación y realismo (Respuesta a Salvador Reyes)”:

“Frente a la literatura efímera, huidera, que pasa velozmente sin dejar rastro porque no evidencia personalidad ni originalidad en sus cultivadores, yo opongo estos nombres que algo representan en las letras nacionales: Baldomero Lillo, Federico Gana, Joaquín Edwards Bello, Mariano Latorre, Manuel Rojas, forjadores todos de bellas páginas, reales, humanas, esmaltadas de honda poesía. Ellos hablan al corazón de todos nosotros y se hacen oír, porque representan la voz de la tierra, nuestra tierra, humanizada a través de sus ensueños de artistas” (p. 3, El Diario Ilustrado, 1928).

Lo que Vega resalta es que la obra de Salvador Reyes no representa los valores chilenos, enfatizando en su discurso la palabra “tierra” (la voz de la tierra, nuestra tierra), creando automáticamente una división entre la tierra (criollismo) y el mar, siendo este último el escenario utilizado para los relatos imaginistas.

Pareciera que Vega no siente ni incluye al espacio marítimo como parte de identidad chilena. Más tarde, Alone afirmará que los imaginistas “no toman sus cosas directamente de la realidad, […] no hacen descripciones de la naturaleza ni transcriben el lenguaje de los campesinos tal como suena” (Oelker, p.75).

Lo que ambos críticos estipulan es la configuración de una identidad chilena, sin embargo, solo toman en cuenta el aspecto campesino. Cualquier cosa que se escape de ese patrón, carece de importancia nacional. Como parte de ese imaginismo, le atribuían a Salvador una invención de lo marítimo, en donde primaba más la imaginación que la realidad.

En respuesta a esas declaraciones, Salvador manifiesta:

“Si se da una nota de poesía, si entra en juego la imaginación, inmediatamente se grita: –¡Cuidado! ¡Ese es un imitador! ese está copiando novelas marítimas francesas” (p. 11, Letras).

Para Salvador Reyes, hablar sobre el mar no tiene nada de imitativo, en el sentido de repetir discursos y narrativas ya instaladas en otras latitudes. Más bien, lo que él declara es su propio sentir marítimo del que se nutrió desde su niñez, su propia identidad nacional.

Salvador Reyes y el mar

A pesar de haber nacido en Copiapó, Salvador vive su infancia y juventud repartido entre Antofagasta, Tal-tal, Caldera y Copiapó, ciudades que luego ficcionalizará en sus escritos, describiéndolos de una manera que solo un conocedor del lugar podría hacer, entremezclando su visión subjetiva y su relación afectiva con el espacio.

Podemos encontrar rastros de esto en el poema “Infancia” de su poemario Las Mareas del Sur (1930): “Siento crecer el rumor / de las viejas bahías del Norte. / Allá donde mi infancia / tendió su arco de certera nostalgia. / Las gaviotas de entonces / todavía desgarran las lunas de colores. / Era azul y amarillo el Otoño marítimo” (p. 25).

Una de las que más me llama la atención es la descripción que hace de Caldera en el cuento “La noche triste del Altisana” publicado en su libro Lo que el tiempo deja (1932):

– ¿Ud. conoce Caldera? – me dijo el marino –. Un puertecito simpático en aquella época: un grupo de casas de madera sobre dunas de arena amarilla y de tierra rojiza, un mar tranquilo, un cielo puro. Las gaviotas rompen el silencio de la mañana con sus breves chillidos y nada, fuera de eso, distrae la paz, el reposo profundo que lo invade a uno apenas salta a tierra. Las casas están pintadas de blanco, de verde claro y son pequeñitas y livianas; miran curiosamente hacia el mar, con una curiosidad ingenua y encantadora, como las niñas que se asoman sobre la tapia de su jardín para ver el temido y deseado espectáculo del mundo.

Más adelante, ya adulto, reside en Valparaíso y Santiago, plasmando su conexión con la quinta región en sus novelas Mónica Sanders (1951) y Valparaíso, Puerto de Nostalgia (1955). En 1952 ingresa a la Hermandad de la Costa, siendo uno de sus miembros más activos. Además, escribe la “Oración al mar”, la cual “es una obra poética que formula una promesa y un compromiso que asumen los hermanos de la costa como su horizonte u objetivo en su destino” (p. 4, Hermandad de la Costa).

El 31 de enero de 1955 viaja a la Antártica como parte de la IX Comisión Antártica, permaneciendo tres meses en dicho lugar. Producto de ese viaje, el 1 de octubre del 1955 funda el Círculo Antártico Chileno y publica su libro El continente de los hombres solos (1956). Forma parte activa de la Asociación Internacional Cap Horniers. Fue miembro de la Liga Marítima de Chile, el Club Naval y el Bote Salvavidas de Valparaíso, y el Club de Yates.

Durante toda su vida estuvo en contacto directo con el mar, siendo parte fundamental de su visión tanto de mundo como literaria. Incluso, luego de fallecer, sus cenizas fueron arrojadas al mar de Antofagasta, frente al Club de Yates –tal como fueron sus deseos–, el 8 de agosto de ese año. Así, Salvador Reyes retorna al mar, en una relación que trasciende más allá de la muerte.

Entonces, ¿imaginismo o marinismo?

Juvencio Valle en “Imaginismo y realismo en la literatura chilena”, relata que los críticos de la época afirmaban que Salvador apenas conocía el mar –si es que lo conocía–, y que solo había tenido contacto con él mediante cuadros y pinturas. Debido a esta creencia, se determinó –sin fundamentos– que nunca hubo un acercamiento entre Salvador y el mar, por lo tanto, todas sus descripciones marítimas eran clasificadas bajo del prisma del exotismo (uno de los rasgos del imaginismo).

Sin embargo, Augusto Iglesias en “Salvador Reyes, ¿Escritor exótico?” (1967) lo discute: “Los ‘exóticos’ serían los otros, los de tierra adentro, y no los isleños del archipiélago de Chiloé que consumen su existencia entre oleajes que empuja el Austro; ni los pescadores de la costa del Centro; ni mucho menos los ‘changos’ del Norte Grande”. Por otro lado, Raúl Silva Castro lo denominó como “criollista del mar”, percibiendo los retratos que Salvador realizaba sobre la vida marítima.

Si podía haber criollismo de tierra y de campo, de la misma manera existía el criollismo del mar, ya que el océano cruza Chile de extremo a extremo. Silva Castro consideraba la geografía humana del mar, integrada por “los pescadores y mariscadores, los buscadores de tesoros, los buzos y hombres ranas, y todavía más, los cazadores de nutrias, de lobos y de ballenas. Todos estos hombres existen […] y se nos van revelando a medida que el escritor avanza en su conocimiento del país”. No obstante, Augusto Iglesias insistía en su posición: “Reyes […] narrador ejemplar de nuestras letras, no cultiva el género criollo, ni es tampoco un escritor exótico”.

Para Juvencio Valle, la importancia de la literatura de Salvador no iba de la mano con etiquetas, sino con la sensación de mar que transmitían sus obras: “nosotros a través de sus relatos [conocimos] el soplo penetrante de las aguas marinas”. Por lo mismo, según Alberto Baeza Flores, ninguna de las etiquetas otorgadas a Salvador era acertada, ya que los críticos no entendieron hacia dónde apuntaba el escritor con su literatura, por lo que su irrupción en las letras chilenas se definió como un hecho insólito, siendo difícil asignarle alguna categoría. Así, prefirieron determinar que su producción literaria tenía como base la “imaginación”.

Sin embargo, “la obra de Reyes mostró que los catalogadores apresurados se habían equivocado. En la poesía, la crónica, la obra narrativa de Reyes existe un trabajo profundo con la realidad viva de la existencia, del mundo, de sus panoramas geográficos y humanos; un amor apasionado por el paisaje interior y exterior de los puertos y el mar, los mares de Chile” (Baeza, 1966).

Al momento de escribir, Salvador no pretendía oponerse a ningún escritor o tendencia. Su contenido respondía a un origen mucho más orgánico y auténtico, escribiendo de acuerdo con sus vivencias marítimas: “Ya en ese libro [El último pirata] me volví hacia el mar porque esa fue una presencia constante de mi infancia y de mi adolescencia y porque tenía como única realidad espiritual, el sabor del agua salada” (Reyes, 1966).

El eje marítimo sobre el cual giran sus obras no responde a una necesidad de plasmar un exotismo ajeno a su realidad, más bien constata una concepción de espacios nacionales que no han sido tomados en cuenta: “por mi parte, me negué a aceptar que el huaso, el paisaje agrario y las costumbres populares del campo y la ciudad mediterránea fueran las únicas materias novelables. Creí entonces –como lo sigo creyendo– que el novelista tiene derecho a ampliar su mundo y a prolongarlo en el sentido de su temperamento” (Reyes, 1966), rasgos que seguirán presentes a los largo de su vasta producción literaria.

En una entrevista concedida para Revista Eva (1955), la periodista Marianne Encina logra entrever su finalidad literaria: “Él no espera ni se siente satisfecho con los conceptos honrosos que le dedican los enjuiciadores literarios. Sólo [sic] espera ser comprendido. Que quienes lo leen, entiendan cuál fue el proceso que dictó aquellos conceptos comprometidos en sus libros, y cuál es el alma que los hace palpitar”.

Aquella “alma” que hace palpitar las obras de Salvador es, sin duda, el alma del mar, su propia alma marítima, la cual supo imprimir de tal forma que le otorgó un sello y un estilo distintivo a sus escritos. Conocer su historia de vida nos permite sumergirnos de mejor manera en sus obras y entender cuáles son las características de esta alma marinera. Asimismo, nos recuerda que la costa también forma parte de nuestra identidad chilena, para que dejemos de darle la espalda al océano y encontrar ahí rasgos que nos forjan como chilenos.

Independiente de las etiquetas, en su obra literaria permanece latente una esencia marítima indiscutible, que abarca diferentes interpretaciones de la vida del mar, siendo “sin duda alguna el iniciador de una corriente marinista en la literatura chilena” (Tamayo Vargas, 1958).

Bibliografía:

Cruchaga, Santa María, Ángel et al. Letras. Mensuario de arte y literatura. 1928.

Dariel, Gastón. “Poetas nuevos”. Zig-zag.1923.

Encina, Marianne. “Así escribo mis novelas”. Eva. 1955.

Iglesias, Augusto. “Salvador Reyes, ¿Escritor exótico?”. Occidente. 1967.

Oelker, Dieter. “El imaginismo en Chile”. Acta Literaria 9 (1984): 75-91.

Repetto Baeza, Leticia. “Salvador Reyes”.1923.

Reyes, Salvador. Las mareas del sur. Santiago, Chile: Editorial Nascimento. 1930.

Reyes, Salvador. “La noche triste del Altisana”. Lo que el tiempo deja. Santiago, Chile: Editorial Letras. 1932.

Reyes, Salvador. “Imaginistas y Criollistas”. ¡Qué diablos! La vida es así. 1966.

Silva Castro, Raúl. “Salvador Reyes, Criollista del Mar”. El Mercurio. 1967.

Tamayo Vargas, Augusto. “Salvador Reyes y la literatura del mar”. El comercio. (Lima,

Perú). 1958.

Thamuro, Juan. “Barco Ebrio”. El Mercurio de Valparaíso.1923.

Valle, Juvencio. “Imaginismo y realismo en la literatura chilena”. El Diario Austral. s.f.

Vega, Manuel. “Imaginación y realismo (Respuesta a Salvador Reyes)”. El Diario Ilustrado. p. 3. 1928.

 

Un comentario

  1. María Angélica, muy interesante tu reconocimiento a Salvador Reyes un escritor muy olvidado en nuestra región. Tengo que aclararte un tema que Salvador Reyes falleció en Santiago un 27 de Febrero de 1970 y el 9 de Febrero de 1972 sus cenizas son esparcidas en el Club de Yates de Antofagasta en la Corbeta Papudo y no en Agosto como indicas.

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