La cultura del racismo, xenofobia y odio crecen en Chile

Los últimos episodios de racismo que se han vivido en Chile hacen cuestionarse sobre el ascenso de los discursos racistas. ¿Qué hacer? ¿Por qué ocurre? Una perspectiva de transformación y cambio de foco, se nos proponer por parte del sociólogo Octavio Echeverría.   

Por Octavio Echeverría / Título original: El fascismo acecha ante el silencio de la izquierda.

Frente a la innegable crisis migratoria que atraviesa Chile, y que principalmente la viven las regiones de Arica y Parinacota y la de Tarapacá, las dos más al norte del país, la izquierda política y social son mudas testigos de lo que acontece, reduciendo el problema a uno de carácter netamente de derechos humanos y humanitario. Dotando a la cuestión de escasa posición política, alcanzando a enarbolar escasamente algún eslogan contra la gestión nefasta del Gobierno. 

Ante este mutismo política, el fascismo y los otros nacionalismos han campado sin ninguna correa, capitalizando y masificando un discurso clasista y xenofóbico que se arraiga fuertemente en el descontento de las capas más pobres y excluidas que culpan a migrantes pobres y racializados de algunos de sus más grandes pesares sociales producto de la desigualdad. Seamos sinceros, en la calle protestando contra la migración latinoamericana en Chile no solo hay xenófobos, clasistas, racistas y fascistas, también hay muchos/as que fueron parte de la Revuelta de octubre; el nacionalismo es un germen peligrosamente transversal. En síntesis, la izquierda ha alimentado por omisión e inacción a las versiones chilensis de Bolsonaro y Trump. ¿Acaso no era mejor que la izquierda condujera el descontento ante la crisis migratoria hacía sus verdaderos artífices, el Gobierno y la derecha? ¿Acaso no es mejor que la izquierda tenga propuesta que despoje el problema migratorio de la xenofobia y racismo, dotándolo de perspectiva de clase? ¿No era posible desde la izquierda haber evitado la marcha de la vergüenza aquel 25 de septiembre en Iquique?

No existe institucionalidad o política pública que aguante el flujo migratorio actual en la puerta norte del país, garantizando un mínimo de los derechos humanos. Si bien la mirada desde los DDHH debe ser un eje articulador de la política migratoria, una que supere y deje atrás de una vez por todas al enfoque de seguridad nacional, no basta con solamente los derechos humanos para impulsar una solución desde una mirada de izquierda transformadora al problema migratorio que nos aqueja.

Plantearse desde la vereda de la izquierda implica analizar la crisis migratoria del sur global como una extensión de la relación desigual capitalista del poder político y económico en la geopolítica regional y mundial. Haití, Colombia y Venezuela, los países que en sus flujos migratorios hacia Chile los últimos años explican mayormente el problema, están atravesados por graves crisis políticas y humanitarias internas enmarcadas en las severas consecuencias del capitalismo mundial. Por lo tanto, una política transformadora desde la izquierda lleva a pensar que el abordaje del problema no es meramente nacional, sino internacional, avanzando desde el multilateralismo en caminos de solidaridad y hermandad entre pueblos y Estados que lleven a estabilizar las realidades sociales que obligan a migraciones forzadas por temas políticos y económicos. El mal gobierno venezolano, en conjunto con la desestabilización y bloqueo imperialista; el narco terrorismo y el narco Estado Colombiano que devastan la Colombia profunda; y Haití, un patio trasero que nadie quiere ver.

Pero ojo, la acción internacional propuesta es no imitando la política internacional multilateral de la Unión Europea (UE), que de solidaria y transformadora no tiene nada. Pues no se hace cargo de la debacle extractivista y militar europea y del norte global en África y Medio Oriente, haciendo la vista gorda de los ríos de sangre que corren en dichos territorios. Es más, la UE prefiere transferir directamente grandes sumas de dinero a países como Turquía y Marruecos, gobernados por nacionalistas de derecha y tiranías, indemnizándolos para que contengan las oleadas migratorias y así oxigenen las burocracias y arcas fiscales europeas. Mismas oleadas con las cuales aquellos Gobiernos indemnizados chantajean a la UE con abrir la llave de la migración, para que así en Europa tengan que hacer la vista gorda a las violaciones impresentables a los DDHH que cometen contra minorías étnicas y movimientos sociales en sus respectivos países.

Fortalecer la política multilateral latinoamericana con foco en los círculos virtuosos de intercambio justo de bienes, servicio, recursos y justicia social entre pueblos y Estados, esto lleva a contener las causas de la crisis migratoria dentro de los limites de los Estados desde donde hoy se movilizan grandes masas de personas. Implica, por lo tanto, un esfuerzo subcontinental colectivo e igualitario en atacar las raíces de la problemática migratoria, lo que impacta a los países individualmente, debido a que deben disponer de menores gastos en recursos económicos y humanos, liberando las instituciones y burocracias de la saturación. Por último, involucra también el implementar una mirada contraria al imperialismo y al fascismo, desde la solidaridad y fraternidad.

Para cerrar. En el manifiesto comunista Marx y Engels enarbolan la famosa frase: “proletarios del mundo uníos”. Pero esta mítica llamada a la unidad de la clase trabajadora, es, ante todo una sentencia que establece que los trabajadores y trabajadoras no tienen patria que defender, porque esta no es más que un invento que busca dividir a las clases oprimidas del mundo, creando fronteras que les hacen pelear entre sí. 

Todos y todas habitamos el mismo país: el capitalismo. Por lo tanto, la revolución, en tanto cambio radical, debe apelar a ser global. De allí que la izquierda, en tanto transformadora, no puede hacer la vista gorda, ni apelar solamente al humanitarismo nacional para hacer frente al fascismo y al capitalismo. 

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