En el siguiente artículo se nos invita a reflexionar sobre los cuestionamientos y crítica a la autoridad en tiempos de pandemia. Cuando existe una crisis en que la autoridad es la que toma desiciones en base a una incuestionable autoridad, es que surgen fisuras entre lo que efectivamente se sabe y lo que se cree saber. El autor de la columna nos lleva a la reflexión del filósofo D’ Alembert: «cuanto más grosero es un siglo, tanto más cree saber».
Por Vicente Rivera Plaza, escritor / Título original: «Nunca se sabe».
Más de dos mil años ya que Sócrates fue juzgado e injustamente sentenciado a muerte. En términos muy generales, fue por cuestionar a las autoridades. El maestro de Platón se fue en picada contra los supuestos conocimientos respecto a las cuestiones fundamentales de la polis, del orden de la ciudad, asuntos que las autoridades de la época debían manejar.
Vuelvo al caso más antiguo y señero, en que la literatura nos muestra cómo “las autoridades” aplicando “las leyes” y promoviendo el discurso de la justicia, ejercen represión y censura contra quienes cuestionan las bases “epistemológicas” según las cuales las autoridades se yerguen como tal.
En primer lugar para contextualizar algo ya sabido, pero que no está demás reafirmar: La figura de autoridad desde tiempos remotos ha estado ligada a un supuesto conocimiento acabado respecto de algún tema particular. En segundo lugar para evidenciar la vigencia de cierto cuestionamiento socrático ¿sabemos realmente aquello que creemos que sabemos?
Esto a propósito de la tremenda y global crisis de autoridad que se deja asomar hace ya buen tiempo, pero que se profundizó en nuestro país a partir de la revuelta iniciada el 18 de octubre de 2019, e intensificada ante la ineptitud, la insensibilidad, perversidad e ignorancia de las prepotentes “autoridades” de gobierno frente a la famosa pandemia. Crisis que se revela como un colapso que excede los límites del ejecutivo y permea también al poder legislativo y judicial. Contagio de un hálito corrupto que se intensifica bajo el estado de excepción, que como escribe entre otros Giorgio Agamben desde hace un tiempo constituye la norma.
Han pasado más de dos mil años a la muerte de Sócrates y gobiernan, legislan e imparten justicia aquellos que “creen que saben” y se ven ofendidísimos cuando pones en aprietos sus limitados conocimientos de tecnócratas. Situación que suelen resolver con la clásica falacia de autoridad y luego atrincherándose en el lenguaje técnico de sus propias especialidades, donde acaban denostando a quien no maneja aquellos conocimientos técnicos
Escribió D’ Alembert: «cuanto más grosero es un siglo, tanto más cree saber», y no hay que ser analista político, sociólogo, psiquiatra o jurista para reconocer lo grotesco y mal gusto de las acciones, declaraciones y decisiones de las “autoridades” que forman parte de la sobrevalorada institucionalidad nacional. Idea que permea incluso a las mentes más críticas, nadie se salva de la maldición de Ricardo Lagos: “las instituciones funcionan”.
Hoy, en el contexto de la pandemia, se hace evidente que esta situación de desconfianza hacia las “autoridades”, esta en directa relación con la falta de voluntad política de las mismas para resolver los temas urgentes de la población frente a la pandemia y la irresponsabilidad de aquellos al momento de coordinar las acciones y articular las declaraciones públicas, que debiesen tranquilizar a la comunidad en vez de confundir y crear pánico. Pero queda la sensación de que todas las decisiones y comunicados están en función de sus privados interese políticos y económicos; y si a esto sumamos la imposibilidad de los especialistas en unificar criterios a la hora de proponer explicaciones y soluciones, al menos provisorias, para enfrentar la emergencia sanitaria en que nos encontramos, entonces se genera un clima de incertidumbre que me hace retornar a la idea de que creemos saber más de lo que realmente sabemos.
Dicha idea opera como una suerte de residuo radioactivo de un “iluminismo empobrecido” que contamina de antropocentrismo casi todas las buenas ideas que han surgido de la sistematización del conocimiento, decantando en un egocentrismo prepotente y grosero, constitutivo de la subjetividad de las “autoridades”.
Lidiar con esta maldición del ego, implica en nuestras prácticas cotidianas, tener muy claro que: saber llegar a un objetivo, no indica que ese sea el mejor camino para conseguirlo, ya que, apenas olvidamos esta premisa, nos sucede que creemos saber más de lo que realmente sabemos. Y esto será siempre un síntoma de la soberbia, que nos ha despojado de la sensibilidad primordial. Esa que nos permite ser felices acariciando a un perro o a un gato sin la necesidad de saber lo que piensa o espera de nosotros. ⇐