Reflexiones sobre el Turismo Arqueológico y la nula crítica histórica en El Valle de Copiapó

En el siguiente artículo el profesor de historia y colaborador de Tierra Culta, Jaime Arancibia, nos habla de los alcances que tiene el trabajo de fomentar el turismo con el Qhapac Ñan, el cual tiene un trabajo desde la Universidad de Valparaíso con un FIC de realidad aumentada. ¿Por qué no hay una visión crítica? ¿Realmente existen antecedentes para determinar la presencia ancestral Diaguita en la zona? ¿Por qué se valida tanto la visión de los invasores (españoles e incas) y poco lo de los pueblos que vivían aquí desde mucho tiempo antes?

Por Jaime Arancibia / Título original: «Turismo no invasivo, pero desde la lógica de los invasores»

NOTA: Para poder entender este artículo, sugiero revisar las páginas 2 y 3 del diario Atacama del día martes de 30 de octubre de 2018, en las cuales se informa sobre el lanzamiento del proyecto “Qhapaq Ñan: Diversificación de la oferta de turismo de intereses especiales basada en tecnología de realidad aumentada para la generación de experiencia de alto nivel en la ruta del Qhapaq Ñan”. (http://www.diarioatacama.cl/impresa/2018/10/30/full/cuerpo-principal/2/), además del artículo “Atacama Inca”(/_p=12359).

El “Qhapaq Ñan”, coloquialmente conocido como “El camino del Inca”, es una red de caminos que conectaban la ciudad Inca del Cuzco con lejanos lugares de los distintos parajes por los cuales llegaron a circular los emisarios, funcionarios, soldados y personeros del Imperio Inca. Si bien es imposible delimitar sus alcances de forma exacta, sabemos que por el norte llegó a lo que hoy en día es Ecuador; por el sur claramente los mapuche no estaban tan interesados en que les empedraran los senderos; cosa similar ocurrió con las comunidades amazónicas por el este; y por el este hasta la costa del Pacífico, teniendo en cuenta que, hasta donde sabemos, la civilización Inca no logró dominar alguna técnica de construir senderos flotantes.

Ahora, también hay que tener en cuenta que cuando aparece la civilización Inca, no significó precisamente el surgimiento de la humanidad en lo que hoy en día conocemos como América Latina, si no que desde muchos siglos atrás ya existían una gran cantidad de otros pueblos cuyo desarrollo tecnológico los llevó a delimitar caminos entre los lugares por donde se movían. Recuerden que el ser humano, antes de ser sedentario, era nómada. Dudo que los nómadas no hayan tenido caminos establecidos, delimitados natural o artificialmente, por los cuales se les facilitaba el tránsito propio y de los animales no humanos que les acompañaban.

El Valle de Copiapó tiene presencia ancestral hace miles de años.

En cuanto a lo que hoy en día es nuestra región, existe un desconocimiento enorme en torno a las lógicas de ocupación territorial previas a la llegada de los invasores, primero Incas y luego wu-Incas (hispánicas). Si bien no existe ningún estudio etno-histórico que realice un análisis completo de esta situación; sí contamos con una serie de vestigios arqueológicos que nos permiten darnos una idea de quién vivía en nuestro territorio a la llegada del Inca (aproximadamente en el 1400 DC): En la costa existían comunidades semi-nómadas, con una agricultura incipiente, con una metalurgia básica y que vivían en comunidad con el mar y sus recursos, los mal llamados “changos”; más arriba en el valle existían comunidades agrícolas, con una alfarería y metalurgia altamente desarrollada, que practicaban el comercio con otros grupos, los “Copiapoes”; en la precordillera, dedicados principalmente al pastoreo y al intercambio de productos vivían de manera semi-nómada los “Collas”.

Por si no les quedó claro, no había diaguitas. Los vestigios arqueológicos indican la instalación de las comunidades diaguitas provenientes del otro lado de la Cordillera de Los Andes se situó desde el Valle del Huasco hacia el sur, y además en una época muy cercana a la llegada de los Incas.

Me pregunto entonces: ¿Por qué se plantea realizar un turismo “no invasivo” en  nuestra región poniendo el foco del interés precisamente en las primeras culturas que invadieron nuestro territorio?Creo tener un par de respuestas a esta interrogante, aunque más que respuestas, me gustaría proponerlas como nuevos cuestionamientos que le permitan al lector hacer una lectura menos pasiva y, evidentemente, más política de cómo un discurso histórico equivocado se puede transformar en definitiva en un discurso reivindicativo útil al mercado y al Estado, pero peligroso para quienes vivimos en este pauperizado pedazo de tierra.

  1. Las autodenominadas comunidades diaguitas carecen de un conocimiento claro respecto a la etnohistoria de la región que reivindican como propia. Esto los lleva a apropiarse de sitios que en ningún caso pueden ser atribuibles de forma exclusiva a la cultura diaguita (ejemplo brutal lo ocurrido con el sitio de El Olivar, en La Serena). En tanto carecen de historia propia, y de cultura propia, deben buscar en la institucionalidad elementos que les validen como indígenas; misma institucionalidad que lleva casi dos siglos reprimiendo a los habitantes originarios del territorio en el norte y en el sur. Por lo mismo, no tienen ningún miramiento de trabajar en cualquier iniciativa empresarial o estatal que les invite como participantes u organizadores, en tanto se les entregue la hegemonía del ‘ser’ indígena en la región, por lo cual ya es costumbre visibilizar comunidades que trabajan de la mano con los principales invasores que tiene nuestra tierra hoy en día: las transnacionales agrícolas y mineras.

 

  1. El desconocimiento de la historia local también llega a los círculos academicistas de la región ligados a las ciencias sociales. Sin necesidad de dar nombres, es de conocimiento público que quienes mantienen la hegemonía de la disciplina histórica en la región tienen serios errores de interpretación en sus trabajos, y tampoco tienen reparos de poner a estos al servicio del jugoso negocio extractivista mercantil de la región. No se ve en estos personajes interés de recuperar sitios de real importancia patrimonial para nuestra historia, porque si los identificaran se verían en la obligación moral de solicitar a sus patrones a que inviertan realmente en su cuidado, lo que paradójicamente podría generar un enorme polo turístico en la región, teniendo en cuenta que tenemos literalmente botados muchos de los sitios que en nuestro valle tienen y han tenido una vital importancia en tanto sitios ceremoniales y puntos de encuentro de distintas culturas. Más fácil les resulta seguir atribuyendo todo lo que se desentierra a los Incas, menos peligroso es validar una cultura que, al menos en nuestro territorio, no tiene ningún tipo de tradición que pueda ser utilizada por las comunidades de forma reivindicativa: lengua, costumbres, territorio, en fin… historia.

 

  1. Es tan paupérrimo el “trabajo” realizado por los enciclopedistas locales, que además tienen que venir especialistas de otras áreas y de otras regiones a concretar los proyectos que buscan darle visibilidad inocua a los vestigios que nuestros antepasados dejaron en el valle. En el caso del proyecto que inspira este escrito, el cual busca que mediante realidad virtual se pueda observar algunos sitios prehispánicos de la región como se habrían visto en su apogeo, la persona que está a cargo es ingeniera civil informática de profesión, lo que quizás en parte explique el desatino de invertir 150 millones de pesos en tablets que permitan “ver la realidad del pasado”sin preocuparse realmente por problematizar el pasado de la región, y de paso omitiendo que esos mismos recursos brillan por su ausencia en la cotidianidad de los que hoy en día somos los descendientes de los grupos humanos que desde hace siglos poblamos y habitamos este territorio.

 

  1. Por último me pregunto, y esto creo que es lo más terrible de la situación. ¿Cuándo nos haremos cargo de la historia de nuestra región? ¿Cuándo le explicaremos a nuestros niños y niñas que los cerros que todos los días miran cuando se levantan para a ir a aburrirse a la escuela resistieron durante más de 30 años la invasión del imperio más poderoso que asoló este pedacito del mundo? ¿Cuándo nos asumiremos como herederos de una riquísima tradición cultural que supo hacer propio el mar, el valle y el desierto? El primer paso, y lo digo muy humildemente, es comenzar a desenmascarar a quienes perpetúan las invasiones.

Jaime Arancibia Profesor de historia Liceo Tecnológico de Copiapó [email protected]

10 comentarios

  1. Bastante en desacuerdo con la mayoría de los planteamientos.

    -Los collas no son previos a los españoles, sino casi 300 años después
    -Así como se perdió el idioma de los diaguitas, también se perdieron muchas otras. Los collas tampoco tienen mayores antecedentes y han formado una mezcla de tradiciones del altiplano. ¿Qué sabemos de los Ánimas, Molles, Huentelauquén con sus culturas, idiomas, tradiciones, etc? Evidentemente lo único que salvó a los Incas de la pérdida de todo fue que el español trajo el lenguaje escrito y eso ha permitido conocer más detalles.

    -Hablar de mapuches no es también reduccionista cuando existen Picunches, Pehuenches, Huilliches?

    -Hay una canción de Jorge Drexler:

    «Nunca estamos quietos
    Somos transhumantes, somos
    Padres, hijos, nietos y biznietos de inmigrantes
    Es más mio lo que sueño que lo que toco

    Yo no soy de aquí, pero tu tampoco
    Yo no soy de aquí, pero tu tampoco
    De ningún lado, de todos y, de todos
    Lados un poco»

    Creo que hablar de invasores y sentirse reprimidos por ellos plantea un problema de nunca acabar. Quién estuvo primero? Tendríamos que validar y hablar solo de los paleoindios en américa o sólo al primer homínido? Tampoco podrías llamarlos paleoindios porque ellos no se hacían llamar así?

    Lo único en que estoy de acuerdo es
    «ya es costumbre visibilizar comunidades que trabajan de la mano con los principales invasores que tiene nuestra tierra hoy en día: las transnacionales agrícolas y mineras.»

    1. Gracias por el comentario.
      En primer lugar creo que hay que aclarar que «colla» era la denominación que les daban los quechuas a las comunidades de pastores nómadas que pululaban por el sur del altiplano.
      Respecto a las otras denominaciones que mencionas (molle, huentelauquén, ánimas) según diversos estudios, que podría compartir si me dejas un contacto, serían estadios culturales de una mismo pueblo, el cual se adaptó a distintos territorios del norte semi-arido, y que en el caso de nuestro valle es la Cultura Copiapó. De ahí que el interés de esta publicación es apelar, más que a una temporalidad de quién llego primero, a una territorialidad no invasiva de quienes habitaron el espacio.
      Y por último, aclarar que los pehuenche, picunche, abajinos, arribanos, puelche, entre otros, efectivamente se consideran mapuche, en tanto identifican una unidad lingüística y de cosmovisión propia de la «gente de la tierra».
      Ojalá más gente se anime a opinar para que entre todos y todas contribuyamos a recuperar la historia de nuestro territorio.

      1. Hola! Muy interesante la información y el punto de vista crítico que comparte. Soy tesista de antropología, copiapino y me interesaría mucho que me pudiera compartir bibliografía al respecto, sobre todo del poblamiento prehispánico de nuestra región. Seguiremos resistiendo ante el macroextractivismo! Gracias 😊

  2. De acuerdo con el comentario de Álvaro, bastante tendencioso el artículo, hace una crítica única a las comunidades Diaguitas de la región pero saca de esa crítica a las comunidades Collas que son una melcocha de culturas andinas sin antecedentes prehispánicos en la región, y por lo demás las que más tratos económicos hacen con mineras y estado, habla del olivar donde está la cronología completa de la cultura Diaguita y dice que no se puede hablar de adscripción única, pero no hay antecedentes ni evidencia arqueológica que hable de cultura bato,llolleo o pitren si se quiere hablar de influencia Mapuche, ni copiapo,ni colla , lickanantai etc… se quiere hablar de respeto por la historia pero se basan en teorías sin fundamento para defender lo que dicen.

    1. A ver, efectivamente es de conocimiento público que existen comunidades «collas» que trabajan sin tapujos de la mano de las mineras, y otras que incluso solicitan a la CONADI territorios en la parte de baja del valle para asentarse «como indígenas», lo que es muy contradictorio entendiendo que la cultura Colla es pastoril y semi-nómada, y su territorialidad esta ligada a la ocupación de la parte alta de los valles del sur del altiplano, tanto por el lado argentino como por el lado chileno.
      Esto no quita que existan otras comunidades de collas que si tienen una tradición familiar de cientos de años de ocupación de la parte alta del valle de Copiapó, y además son quienes han hecho un trabajo silencioso, pero importante, de defensa del territorio ante el extractivismo voraz.
      Sobre lo de El Olivar, por favor seamos cautos en comprender la intencionalidad que posee atribuir un descubrimiento tan importante a una «cultura» cuya propia denominación surge desde un error interpretativo de un sujeto que ni siquiera estaba ligado a las ciencias sociales, como lo fue Ricardo Latcham. Los hallazgos de El Olivar no hacen más que confirmar la particularidad y complejidad de las primeras culturas que ocuparon el norte semi-árido, y además nos demuestra que no las podemos concebir como comunidades estáticas hasta la llegada de culturas foráneas, si no que hay que entenderlas en constante contacto con las comunidades de otros territorios.
      Fundamentos para lo que le digo hay muchos, de carácter científico e histórico, por lo cual le pido algún contacto para poder compartir con usted algunos textos que permiten una visión mas politizada y menos mercantil.

  3. Estoy recién introduciéndose a conocer de esta maravillosa tematica. Tratando de acercarme desde la racionalidad estructurante e incorporando cuanto puedo de la emocionalidad suspendida. Gran postura de observacion, análisis y crítica hace el profesor. Queda mi contacto para conocer mas de su trabajo y agregarme a un necesario trabajo de aprendizaje, conocimiento e integración de experiencias. Potente la observación que hace Álvaro en su comentario. Me hago seguidor de ustedes.

  4. Con respecto al Sr Latcham, también es un error muy corriente el de atribuirle el etnónimo Diaguita, y del cual surgen mucho de los cuestionamientos que se les hace a la cultura Diaguita en este territorio. De partida hay que separar las razones o evidencias que pudo tener Latcham , con lo limitado que era la Arqueología y la Etnohistoria Chilena en aquel tiempo, para emparentar los llamados Diaguitas Argentinos, con los Diaguitas Chilenos, pero por otra parte , convenientemente o por ignorancia se deja fuera de la discusión un aspecto muy interesante, la aparición del etnónimo Diaguita en territorio Chileno en la historia desde la conquista a la colonia, hay al menos una docena de apariciones históricas de dicho etnónimo, partiendo por el capitan español Rodrigo de Quiroga, que en su probanza de méritos y servicios de 17 de octubre de 1562, escribía «toda la gente desta provincia y mucha parte de los indios Diaguitas, a quienes ellos habían enviado a llamar para les ayudara para destruir está ciudad» , haciendo referencia a los hechos acontecidos en el asalto y destrucción de Santiago en 1541 por las huestes de Michimalonko, donde los Diaguitas habrían sido importantes aliados, más tarde también participando del asedio a Serena en 1549, en 1605 se identifica una parte del Valle del elqui como » El Valle de los Diaguitas», en 1612 se constituye el pueblo de indios de Diaguitas conservando el etnónimo propio del lugar, Fray Reginaldo de Lizarraga, decía en el siglo XVII, que los habitantes del Valle de Copiapó y los Diaguitas Calchaquíes eran casi parientes, el padre Diego de Rozales señala que el reino de Chile, que en aquel tiempo incluía la provincia de Cuyo,» confina por el septentrión con el desierto de Atacama y los países de los indios Diaguitas» ingiriendo que las relaciones económicas y socioculturales entre estos pueblos eran trascordilleranas, hay varias otras evidencias etnohistoricas en documentos del archivo Nacional y de la biblioteca Nacional, sólo hay que buscar bien. Para tener una visión más integral de la historia de nuestros pueblos y su relación con el territorio y ser responsables con lo que se dice, y no caer en negacionismos, ni ayudar a invisibilizar identidades territoriales con evidencias innegables en nuestros valles,como la Diaguita, pido ser mas repetuosos con lo expuesto, saludos.

    1. Creo que justamente esa es la idea que se debe tener sobre la llegada de diaguitas a lo que hoy es territorio chileno: una primera avanzada ante el avance del Inca, y luego, ya en plena conquista, siendo parte del imperio, cómo es el caso de Michimalonco, como explica Leonardo León en sus trabajos, lo que ocurre en esa primera destrucción del Santiago español tiene que ver más con una disputa de mitimaes Inca y conquistadores españoles, con las complejidades propias de tal situación en un periodo de choque de diversas culturas.
      Más no fue lo que ocurrió acá en el valle de Copiapó. Y ahí es cuando tenemos el relato del mismo Vivar que nos demostraria la existencia de una comunidad autónoma en nuestro valle, quienes resistieron no solo al avance Inca-diaguita si no que, incluso ya reduccionismo el valle del Elqui, continuaba resistiendo al embate español.
      Pero bueno, esa es materia de otro tipo de discusión. Me llama la atención que finalmente se tome como polémica y no como discusión el abrirse a cuestionar el pasado. Siento que estamos tan acostumbrados a la enciclopedia que nos cuesta dar reflexiones complejas más allá de responder estos comentarios, además, de forma anónima. Le invito a que generemos espacios donde podamos discutir y reflexionar y aprender en comunidad, cómo lo hacían nuestros antepasados.

  5. Me parece una falta del respeto del profesor hablar tan tendenciosamente del pueblo diaguita. Me parece que algunas personas se refugian en la academia para implantar su postura sin considerar al pueblo vivo. Es cierto que hay «algunos» que se han reconocido ante el estado para obtener bebeficios (como sucede con todos los pueblos originarios), sin embargo esa no es la mayoria del pueblo… habemos muchos que respetamos nuestras raices y hacemos indigenismo digno desde la simpleza del cotidiano vivir en zonas apartadas. Sepa el profesor que muchos nos hemos sentido ofendidos con sus comentarios. No somos ignorantes, hemos cultivado costumbres y tradiciones heredadas, y tambien hemos investigado junto a academicos reconocidos. Siento incluso un dejo de enojo y mirada despectiva. Yo vivo en el valle del Huasco pero reconozco a muchos paisanos del valle de Copiapó en sus costumbres y creencias. Lo invito a reunirse con las comunidades diaguitas y conversar, y tener una mirada menos sesgada y no solo de lo que aparece en los libros. Recordemos que no todo lo que existe o existió ha sido registrado así como no todo lo que ha sido registrado es 100% fidedigno pues esta sujeto a la interpretacion de quien escribe la historia, y en el caso nuestro el primero que escribe es Geronimo de Vivar, cronista español quien mensiona la presencia de los Diaguitas en los territorios que hoy reconocemos como duaguitas…

    1. Estimada, primero aclarar que la crítica apunta a quienes se denominan diaguitas en Copiapó con fines de conveniencia propia y, además, con los académicos que omiten problematizar la etnohistoria local.
      Valoro mucho que hoy en día se haga un trabajo de reivindicar culturas foráneas siempre que haya algún trabajo politizable detrás. Cuándo ese trabajo apunta al bienestar privado si que hay por mi parte «un dejo de enojo y una mirada despectiva», y creo que es importante mencionarlo para desenmascarar a los que justamente le están haciendo daño a sus culturas, cómo por ejemplo, los diaguitas que acá en Chile no tienen problema de financiarse con dineros del Estado, de las Agrícolas y de las mineras.

      Ahora, me pregunto por qué no aparece nadie defendiendo el punto central del artículo: el mal uso de recursos públicos que además perpetua el desconocimiento de la historia local del valle de Copiapó.

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